Hay algo de efectos mucho más profundos que la
manipulación, incluso que la mentira. Anders, Pasolini, Alba Rico nos
han hablado de ello en diferentes momentos desde que, a mediados del
siglo XX, una parte de la humanidad se convirtió en consumidora
compulsiva de un ingente número de mercancías, incluida la mercancía
televisiva. “En vez de recorrer nosotros mismos los caminos, ahora es el
mundo el que nos «recorre»”, señalaba Anders. “Ningún centralismo
fascista ha logrado lo que el centralismo de la civilización de
consumo”, escribía Pasolini. Y Alba Rico caracterizaba la nueva
psicología del consumidor como de “máximo sentimentalismo y máxima indiferencia”.
Estos tres autores nos alertan, en definitiva, de la generalización de
una percepción de los hechos sociales caracterizada por la ausencia de
memoria, de imaginación y de responsabilidad.
No es
culpa de los medios de comunicación ni del Ministerio del Interior que
no conozcamos la verdad. Porque sabemos la verdad. Sabemos que más de
20.000 personas se han ahogado en la frontera sur desde el año 1988.
Sabemos que otras miles permanecen desaparecidas. Nos consta que su
“desgracia” no responde a designios divinos: los violentos dispositivos fronterizos o los naufragios por la voluntad policial de impedir el paso
son noticia recurrente. Conocemos incluso la existencia de naufragios
en alta mar de los que nadie da cuenta, producto de rutas cada vez más
largas y peligrosas para sortear la militarizada frontera. Sabemos
también que los barcos de la OTAN han dejado morir a inmigrantes en alta
mar. Y no nos cabe ninguna duda de la connivencia entre los cuerpos
policiales españoles y norteafricanos, sea para disparar balas contra
los cuerpos de quienes saltan la valla –en el año 2005–, para disparar
balas de goma contra quienes nadan hacia una playa o para abandonar en
el desierto a inmigrantes detenidos en redadas en Marruecos o Argelia.
Sabemos también que los cuerpos policiales marroquíes y argelinos
–nuestros socios– violan sistemáticamente a las mujeres que transitan
hacia Europa.
Dentro de nuestras fronteras sucede
algo parecido. La muerte de Osamuyi en un vuelo de deportación,
asfixiado por la mordaza policial, fue publicada en todos los medios. ¿Y
quién puede ocultarnos que existen Centros de Internamiento de Extranjeros
en el Estado español? Conocemos su existencia, y también sabemos que
personas encerradas en sus muros mueren: Samba murió en el CIE de
Aluche; Mohamed, Idrisa y Alik, en el de Zona Franca. Cada muerte salió
en todos los periódicos. Como también son públicas las decenas de
informes que demuestran las atrocidades cometidas en el interior de
estas cárceles racistas.
De las redadas
no hace falta que nos informen los medios de comunicación. Basta
caminar por las calles para verlas, basta circular por las estaciones de
trenes o autobuses, o por determinados barrios, para saber que el
ministro de turno –cuando las niega– miente. Su mentira –en este caso–
sólo puede poner en evidencia a Alfredo Pérez Rubalcaba o a Jorge
Fernández Díaz.
Precisamente porque ya sabemos, he
renunciado hasta ahora a sumar palabras a la efervescencia mediática en
torno a Lampedusa y Ceuta. Todo el mundo sabe la verdad. Y acumular
escritos que hablan de los centenares de muertos en aguas italianas o de
las quince personas asesinadas en la colonia española en Marruecos
puede provocar un efecto perverso: que pensemos que Lampedusa y Ceuta
–fruto de esta atención desmedida– son una anomalía. Que la frontera sur
europea funciona normal y pacíficamente y que, de vez en cuando, operan
la bajeza moral y la violencia policial, y es entonces cuando se
produce un trágico accidente y un terremoto político. Pero es al
contrario: la anomalía en la frontera sur sería que hombres y mujeres
migrantes la cruzaran de sur a norte con la misma naturalidad con que
millones de turistas, militares, diplomáticos, cooperantes y empresarios
europeos y españoles la cruzan de norte a sur. La normalidad es que los policías disparen y las personas migrantes mueran.
La normalidad es que se hundan las embarcaciones y no reciban socorro.
La normalidad son los muros y las alambradas. Si Lampedusa y Ceuta
fueran la anomalía, sería imposible contar decenas de miles de cadáveres
en la frontera.
*******
Hay algo mucho más profundo que la mentira. Pero no minusvaloremos los
efectos de ésta. A veces la mentira es tan obscena, tan rastrera y
despreciable, que no queda otra que abandonar el silencio para
combatirla.
El lunes pasado el diario El País
titulaba en su portada: “30.000 subsaharianos preparan el salto a Europa
por Ceuta y Melilla”. El subtítulo tampoco tenía desperdicio: “Los
intentos de entrada «desestabilizan y crean alarma social»”. La fuente
en la que se basa El País para redactar su principal noticia de
portada –semana y media después de las quince muertes en Ceuta– es un
informe de “la inteligencia española” que señala la “enorme presión
migratoria” en torno a las “dos ciudades españolas”. Organizaciones
criminales, saltos masivos, empleo de la violencia por los
subsaharianos, son algunas de las perlas de la ejemplar portada.
No nos escandalicemos. Esta portada tampoco es anómala o excepcional.
Ya hace más de una década –en el año 2003– el Consejero de Economía
canario había declarado en los medios: “O creamos allí una zona de
prosperidad o nos invaden 20 millones de africanos”. En 2006, El País
y muchos otros medios se sumaron con furor a la campaña política y
mediática que colocó en portadas y noticiarios a la llamada “crisis de
los cayucos”. Dicha campaña convertía la llegada de inmigrantes a
Canarias en un grave problema demográfico. Y al calor de dicha campaña,
el gobierno español –el de Zapatero y Rubalcaba– aprobó el Plan África,
un plan –palabrería aparte– diseñado para militarizar y externalizar la
frontera y para utilizar la excusa de la inmigración ilegal para promover intereses neocoloniales en
África. Intereses pesqueros e intereses petrolíferos y gasísticos
formaban parte de aquella “ofensiva” diplomática y comercial.
¿Cuántos migrantes llegaron a Canarias en 2006? Precisamente treinta mil, el mismo número que ahora –según El País
y la “inteligencia española”– aguardan el salto por Ceuta y Melilla.
Desparramemos un puñado de cifras: en 2006 vinieron a España más de
400.000 inmigrantes, lo que convertía en residuales a las treinta mil
entradas por Canarias. Y es que en el período 2000-2008 entraron en el
Estado español más de 5 millones de inmigrantes, con llegadas anuales
–en algunas ocasiones– de más de 700.000 personas. En el año 2006
visitaron Canarias 9,5 millones de turistas. ¿Y treinta mil inmigrantes
eran un grave problema demográfico?
Actualmente hay
más de 6 millones de inmigrantes en el Estado. Si exceptuamos Marruecos,
el número de inmigrantes con tarjeta de residencia procedentes del
continente africano es del 4,5 por ciento. El otro 95,5 por ciento
procede de otros continentes. ¿Cuál ha sido la avalancha subsahariana por la frontera sur?
A lo largo de todo el año 2012, último año del que ha aportado cifras
el Ministerio del Interior, las entradas de inmigrantes por Ceuta y
Melilla, en todo un año, no llegaron a las 3.000.
Las cifras de El País dañan la inteligencia.
La “inteligencia española” es la misma que disparó las balas de goma.
Eduardo Romero es coautor del libro Qué hacemos con las fronteras. miembro de la Asociación Cambalache y
de su Grupo de Inmigración. Participa en la iniciativa asturiana "Ruta
contra el racismo y la represión", y es autor de varios libros editados
por Cambalache: Quién invade a quién. Del colonialismo al II Plan África (2011), Un deseo apasionado de trabajo más barato y servicial. Migraciones, fronteras y capitalismo (2010), A la vuelta de la esquina. Relatos de racismo y represión (2008), y Quién invade a quién. El Plan África y la inmigración (2007). También ha participado en las obras Frontera Sur (Virus, 2008), y Si vis pacem. Repensar el antimilitarismo en la época de la guerra permanente (Bardo Ed. 2011). Colabora además en la publicación feminista La Madeja.
Para más información, esta entrevista con Eduardo Romero, y este extracto del libro.
(publicado en El Diario)
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